Un centenar de personas se reunieron en Ávila para celebrar el centenario de la muerte del hermano Carlos.
Al celebrar el Centenario de la muerte violenta del beato Carlos de Foucauld en Tamanrasset (Argelia) las fraternidades que llevan su nombre en España, con ocasión de la celebración del Encuentro Interfamiliar (Ávila, 8-11 diciembre 2016, damos gracias a Dios por su vida y su obra recordando cómo el grano de trigo caído en tierra ha dado abundantes frutos evangélicos (cf. Jn. 12,24).
Damos gracias a Dios porque el Hno. Carlos, en todo momento, fue un buscador de la verdad y en ella encontró a Dios. En su biografía, como en toda biografía, descubrimos la mano de Dios que, con suavidad y con paciencia, modeló su vida. Contemplando su vida y releyendo sus grandes etapas en búsqueda del Bienamado y Señor Jesús hemos aprendido a mirar a las personas y acontecimientos con los ojos de Dios arrodillándonos siempre ante el misterio del otro diferente.
Damos gracias a Dios Padre por el envío de su Hijo Jesucristo que, con su encarnación, nos enseñó a buscar “el último lugar” despojándonos de todo aquello que nos impide seguir amándole como el “Único Modelo”. Damos gracias a Dios por la presencia de su Espíritu Santo que ha ido a lo largo del tiempo enriqueciendo las fraternidades con nuevos carismas para beneficio de la humanidad y la Iglesia y, en especial, por tantos y tantas hermanos y hermanas que a lo largo del tiempo han sido testigos de la fe.
Damos gracias al Señor por su presencia real en la Eucaristía y en la Palabra que han alimentado nuestro compromiso con los últimos de este mundo como lo fue para el Hno. Carlos. A este respecto recordamos sus palabras: “Creo que no hay una frase del Evangelio que me haya causado una impresión más profunda y haya transformado más mi vida, que ésta: «Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis». Si pensamos que son palabras de la Verdad increada, la de la boca que ha dicho: «Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre», con qué fuerza somos empujados a buscar y a amar a Jesús en «esos pequeños», esos pecadores, esos pobres, aportando todos los medios materiales para aliviar sus miserias temporales”.
Damos gracias al Señor por su vida oculta en Nazaret, escuela donde aprendemos de la Sagrada Familia a gritar el Evangelio con la vida y a valorar la encarnación, la bondad, la hospitalidad, la escucha, la amistad, y el testimonio como la mejor ofrenda existencial.
Al mismo tiempo pedimos al Bienamado y Señor Jesús coraje para ser sal y luz en medio del mundo construyendo una Iglesia hogar, “católica” e intercultural, que acepta como un don las reglas del juego democrático de una sociedad multireligiosa, multirracial, una Iglesia que no hace proselitismo, que ofrece y no impone, una Iglesia que escucha y dialoga, una Iglesia de amistad, ternura y presencia en medio de los más pobres. Una Iglesia en salida, samaritana, que se acerca, que toca, que se compromete.
Pedimos, a la Virgen en el misterio de la Visitación a su prima Isabel, estímulo para no cansarnos nunca de ponernos en camino para servir a los que nos necesiten, peregrinos del evangelio, con la audacia, la humildad y la fe de la semilla de mostaza que espera contra toda esperanza que la vida brotará hoy en esta tierra de todos.
Y pedimos también al beato Carlos de Foucauld su intercesión ante Dios por las fraternidades que hoy recuerdan su memoria, los que ya en su tiempo, hasta nuestros días participaron de la unión que él creó, y de todas las fraternidades que nacieron después de su muerte.
Porque reconocemos la bondad de la creación, nos comprometemos al cuidado de la Tierra como casa común, a profundizar en la solidaridad y acompañamiento de los últimos y a luchar contra las causas últimas que generan víctimas en las personas y en el medio ambiente. Nos comprometemos a hacerlo realidad cada uno y cada una en su propio lugar.
Ávila a 11 de diciembre de 2016
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