El
 pasado 1 de diciembre frente al número 5 de la calle Alcalá, sede del 
ministerio de Hacienda, se reunió un nutrido grupo de personas, en una 
manifestación más, al calor de la indignación que recorre la sociedad, 
pero con un pequeño matiz que la hacía diferente…  
Eran curas, religiosas
 y religiosos, familias, personas solas, en activo, jubiladas o en 
desempleo…, todos unidos por la fe en Jesucristo, dispuestos a denunciar
 los estragos que causan las actuales políticas en los más desamparados 
de la sociedad y solidarizarse con ellos. Los convocantes habían sido 
casi 40 entidades católicas de Madrid entre parroquias, movimientos, comunidades, congregaciones y colectivos diversos. 
Miembros de algunos de los grupos de la Asociación de la Familia Carlos de Foucauld participaron en el acto destinado a hacer oír la voz de los cristianos en 
medio del ruido y el dolor que está provocando este largo y frío 
callejón en el que la sociedad vive atrapada por imposición de los 
poderes económicos y de los gestores públicos habían pasado meses. 
Una gran pancarta apoyada en la fachada que separa 
la calle de los despachos donde se gestiona la Hacienda Pública, en la 
que se podía leer “Desde Evangelio, por la Justicia y los Derechos 
Sociales” daba idea de lo que allí pasaba. Numerosos carteles con la 
cita de Lucas sobre la imposibilidad de servir al mismo tiempo a Dios y 
al dinero, la referencia del libro del Éxodo clamando Justicia para el 
pobre o algunas frases pronunciadas por el Papa Francisco, como “Sin 
trabajo no hay dignidad”, acababan de confirmar que aquello debía ser 
algún “lío” montado por católicos y católicas de Madrid, a la postre, 
los firmantes de las hojas volanderas que se repartían entre los 
viandantes.
En definitiva, varios centenares de personas de Iglesia, sin apenas 
influencia, ni recursos, ni mucho menos acceso a los centros de poder y 
comunicación social, dispuestas a proferir un sonoro silencio de 
protesta dirigido a los oídos más insensibles y corazones endurecidos, 
pero también a acariciar suavemente la dignidad tantas veces herida de 
los que más sufren. 
Durante cerca de dos horas, los asistentes marcharon
 alrededor de una cruz dibujada en el suelo y formada con carteles donde
 se podían leer algunos de las presentes afrentas más destacadas a los 
derechos sociales, como la degradación de las condiciones laborales, los
 recortes en la asistencia sanitaria, el sistema público y la protección
 social. 
Transcurrió la mañana, en su mayor parte, en silencio, sólo 
interrumpido ocasionalmente, para dar lectura pública del comunicado 
consensuado con paciencia, mucho diálogo, generosas renuncias a imponer 
el punto de vista propio y un profundo discernimiento  radicalmente fiel
 al Evangelio y a las enseñanzas del a iglesia. 
Ni siquiera la 
representación teatral, bellamente plasmada y atinadamente ideada para 
reflejar las tristes consecuencias de la crisis, además de para convocar
 a los espectadores a la acción, rompió la calma profética, indignada y 
solidaria que rodeó el acto. 
La cita concluyó dejando en el ánimo de la 
mayoría un regusto agridulce, producto de la dureza de las 
circunstancias denunciadas y el calor reconfortante del encuentro, la 
coincidencia y el deber cumplido. Pero también quedó flotando en el aire
 el deseo de continuar el trabajo en común, con el horizonte puesto en 
defender la dignidad de los últimos e impulsar la aportación 
genuinamente cristiana en la construcción de una sociedad más justa, más
 fraterna y más sostenible.