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La oración (Carlos de Foucauld)


“De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, y allí se puso a hacer oración”  Mc. 1, 35                           

Hagamos como nuestro Señor: levantémonos de madrugada, cuando todo está en calma a nuestro alrededor, cuando el silencio, las tinieblas, las sombras envuelven todavía la tierra y a los hombres, y en medio de este recogimiento universal, de este sopor en que todo está sumergido, levantémonos, velemos para Dios.

Elevemos hacía El nuestros corazones y nuestras manos, derramemos nuestras almas a sus pies, y a esta hora en que la intimidad es tan secreta y suave, estemos a sus rodillas y gocemos íntimamente con nuestro Creador.

¡Qué bueno es Él al permitirnos estar a sus pies cuando todo duerme; qué bueno es al conceder a esta pobre criatura esta intimidad con su soberana Majestad, con su inefable Belleza!

¡Alegrémonos con toda nuestra alma de momento tan afortunado, de un favor que excede todas las palabras, de un favor del que ni los santos ni los ángeles son dignos!

Durante toda nuestra vida, hagamos cada día esto, de lo que nuestro Señor nos da aquí el ejemplo y que es el gozo de los gozos, una felicidad divina; levantémonos de madrugada, cuando todo duerme en la sombra y el silencio; comencemos al mismo tiempo nuestra jornada y nuestra oración y pasemos, antes del día y del comienzo del trabajo, largas horas orando a los pies de Dios.

Adelantémonos a nuestros santos compañeros y busquemos, no solamente orar una parte de la noche, antes de nacer el día, sino orar solos, ignorados de todos, en completa soledad, como nuestro Señor.

Si nos ha sido recomendada por Él la oración en común, también nos recomienda la oración solitaria y secreta, y nos da ejemplo. Sigamos los dos preceptos y los dos ejemplos.


(Meditaciones sobre el Evangelio, EE, pp 30)

Carlos de Foucauld, al encuentro del otro (textos para la oración)

Textos para el encuentro-oración (21 de Mayo a las 18 horas en el Convento del Santo Sepulcro en Zaragoza.         
“Yo soy tu hermano. En la huellas de Jesús de Nazaret”. Fraternidades de Carlos de Foucauld.


“Jesús tomó a tal punto el último lugar que nadie, nunca, podrá quitárselo”.


“Tengo sed de llevar esta vida que adiviné, que vislumbré andando por las calles de Nazaret, las que pisaron los pies de nuestro Señor, simple obrero perdido en la oscura condición común”


Monje en un monasterio de Siria, participa una noche en un velatorio en una casa de un obrero, se hace la razón de su inquietud: “Tal vez nosotros los monjes somos pobres en comparación con los ricos… pero no somos pobres como nuestro Señor”. C. de F. entiende que entonces Jesús le pide ser socialmente pobres.


Luz nueva que Jesús le va dando: pensaba que Jesús se hizo pobre por humildad para enseñarnos a despreciar las riquezas del mundo, riquezas de las cuales él ya se despojó en su primera conversión. Durante estos años hasta su muerte, Jesús le guiará en el camino de una cada vez mayor solidaridad con la gente con quien convivía. Se abre al Misterio del Dios de los pobres, del Dios misteriosamente pobre. Una identificación que expresa así: “Todo lo que hacen a uno de estos pequeños, a mí me lo hacen”.


Se describe a sí mismo como “un hombre sin títulos, de fácil acceso para todos”. Es cuando decide marcharse al Sur, para vivir en medio del pueblo tuareg, donde él aceptará aprenderlo todo, estar a su escuela, intentando una relación cada vez más íntima con ellos. Emprende la aventura de hacerse adoptar por los tuaregs, con todos los recursos de su inteligencia y la fuerza de su corazón. Aprende su idioma, entra en sus costumbres, dejándose impregnar por su cultura tan original para él.


La universalidad: escribe a un amigo: “Usted es protestante, nuestro amigo es ateo, los tuaregs son musulmanes: estoy convencido que Dios nos acogerá a todos en su cielo”. Total gratuidad del amor.


“Volvamos al evangelio”: es la consigna que nos dejó. Allí está el secreto de la profunda alegría y de la misteriosa fecundidad de su vida.


FOUCAULD

Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mi lo que quieras, nada te reclamo.
Estoy dispuesto a todo con tal de que tu plan siga adelante
en mí y en toda la humanidad.

Te confío mi vida, te la doy, condúceme.
Envíame tu Espíritu que me hace falta.
Me pongo en tus manos sin medida, sin reservas, con confianza
porque tú eres mi Padre.

Ilumina mi vida con la luz de Jesús que no vino a ser servido.
Que mi vida sea como la de Él, grano de trigo que muere en el mundo. (bis)

Paráfrasis de la Oración de Abandono del Beato Carlos de Foucauld
Música: Unai Quirós