No busquen al Viviente entre los muertos, Jesús está vivo, resucitó.
Los miembros de la Familia Espiritual de Carlos de Foucauld en España
les desean una
¡Feliz Pascua de Resurrección!
La vivencia del Resucitado en Carlos de Foucauld
Extractos de un Retiro de Pascua de la Fraternidad Sacerdotal
¿Qué dijo Carlos de Foucauld de Jesús resucitado? Con toda seguridad, el mismo Carlos de Foucauld debía tener muy presente esa afirmación contundente de Pablo, con la que he querido iniciar esta reflexión: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe».
Hay que recordar, en primer lugar, que Carlos de Foucauld no es un teólogo. Y, por tanto, su objetivo al compartir sus escritos, cartas, comentarios al evangelio…no es proponer una exposición ordenada y estructurada de la fe. Lo suyo no es un catecismo de la fe católica, o un libro de teología. Va plasmando por escrito lo que va descubriendo y profundizando en su oración, en su abandono, y, también, en su vida encarnada, cercana a los que no conocen a Jesús, y a los más pobres y sufrientes.
Por otra parte, en algún momento puede dar la sensación de que se ha quedado, solamente, en Nazaret, prescindiendo de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Pero no es exactamente eso. No recorta a Jesús, quedándose solamente con la primera parte de su vida, y descartando la vida pública y su broche final. Conoce muy bien toda la vida pública de Jesús, especialmente su muerte y resurrección. Con toda seguridad, la cruz redentora de Jesús y la victoria de la resurrección tuvieron que formar parte, en muchas ocasiones, de su oración y contemplación. Sin lugar a dudas tuvo que incluir la muerte de Jesús en esa dinámica de descendimiento por parte de Dios. Y la meditación de la resurrección de Jesús pudo confirmar en Carlos de Foucauld que, efectivamente, “si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Aunque no lo exprese de una forma explícita y, mucho menos, académica o teológica, para Carlos hay una unidad y coherencia entre la vida oculta de Jesús y su vida pública, que culmina con su muerte y resurrección, y de la cual participamos a través del Espíritu Santo.
“Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que de vivir sólo para Él”. Esta frase, en el inicio de su conversión y misión, nos da a entender que ha descubierto al Dios de vivos y de la vida. Enseguida va a orientar su espiritualidad hacia Jesús, y éste en Nazaret. Aunque sin descuidar su confianza total en Dios, tal como queda plasmado en su oración del abandono. Pero su mirada principal va a ir encaminada hacia Jesús, en Nazaret. Ese Jesús está vivo, no es una idea o una ideología, o una teología, o un mero “relato” (como tanto se dice ahora). Es una persona viva y muy presente.
Para el hermano Carlos, una de las presencias fuertes de ese Jesús vivo es la Eucaristía: “¡La Eucaristía es Jesús, es todo Jesús! En la sagrada Eucaristía, vos estáis todo entero, todo viviente mi Bien-Amado Jesús. Tan plenamente como estabais en la casa de la Santa Familia de Nazaret… como estabais en medio de vuestros Apóstoles.” (174 Meditación sobre el Evangelio). La expresión “todo viviente” nos da a entender que, para el hermano Carlos, la Eucaristía prolonga la presencia de Jesús resucitado. En otro momento afirma, recordando y comentando las palabras de Jesús en la Última Cena: “<<Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre…>> Mt. 26, 26-28. Esta gracia infinita de la Santa Eucaristía, cuánto nos debe hacer amar a un Dios tan bueno, un Dios tan cerca de nosotros… Cuánto la Santa Eucaristía nos debe volver tiernos, buenos, para todos los hombres.” (Meditación en 1897). También pone palabras en los labios de Jesús, sobre la Eucaristía: “Contemplarme amorosamente: es la única cosa necesaria y es lo que yo amo más… Si tu comprendieras la felicidad que hay en estar a mis pies y en mirarme…” (Retiro de Nazaret. Noviembre 1897). En esta otra reflexión es aún más explícito sobre la permanente presencia de Jesús entre nosotros: “Dios, para salvarnos, ha venido a nosotros, se ha mezclado con nosotros en el contacto más familiar y estrecho… Para la salvación de nuestras almas, continúa viniendo a nosotros, mezclándose con nosotros, viviendo con nosotros en el contacto más estrecho, cada día y a toda hora en la Santa Eucaristía…” (Reglamento y Directorio, 1909). Todas estas citas sobre la Eucaristía y la adoración eucarística nos hablan de la fe de un Carlos de Foucauld convencido de la presencia viva de Jesús en el Santísimo Sacramento. No sólo eso, sino que entiende su tarea, su misión, su presencia entre los musulmanes y los necesitados, desde esa presencia viva de Jesús en la eucaristía y en la adoración eucarística. Sin la vivencia profunda de esa presencia eucarística, la vida ya no es una imitación de Nazaret, tal como lo entiende CdF. Y en positivo: contemplar y empaparse bien de esa presencia real de Jesús en la Eucaristía le empuja, le lanza a una presencia personal en el mundo y entre la gente como en Nazaret, al estilo de Jesús.
La otra presencia fuerte de Jesús resucitado, para el hermano Carlos, son los pobres. Son muchas las referencias a los pobres, en los escritos del hermano Carlos. Entresaco algunas, de las que podemos intuir su fe en Jesús resucitado y presente: “No hay, creo yo, palabra del Evangelio, que haya tenido sobre mi más profunda impresión, y transformado más mi vida, que aquella: `Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis´. Si pensamos que estas palabras son aquellas de la verdad increada… Con qué fuerza se nos lleva a buscar y a amar a Jesús en estos ‘pequeños, estos pecadores, estos pobres, poniendo todos nuestros medios espirituales al servicio de la conversión, y todos nuestros medios materiales para el alivio de las miserias temporales”. (Carta a Luis Massignon, 1 Abril 1916). Carlos de Foucauld no hace una reflexión teológica sobre la “presencialidad” de Jesús resucitado en los pobres y pequeños, pero es evidente que no tiene ninguna duda de la permanencia de Jesús vivo en ellos, y de que esto le conmueve. Por una parte, percibe, ve a Jesús resucitado en los últimos. Por otra parte, recibe la llamada a acercar a ese Jesús vivo a todos, como se intuye de esta otra afirmación suya: “Poder llevar una vida muy contemplativa, haciéndome todo a todos, para dar Jesús a todos” (Junio 1902, conclusión del retiro). Es decir, quiere ver a Jesús vivo en los pobres, y quiere que otros vean a ese Jesús vivo, a través de él, de su testimonio.
No me resisto a traer a la memoria uno de los textos evangélicos más conocidos sobre la presencia de Jesús resucitado: los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-34). En una lectura libre de la vida de Carlos de Foucauld, a la luz de este evangelio de los discípulos de Emaús, podríamos decir que, cuando Carlos estaba, aparentemente, de “vuelta” de todo, el Dios vivo le sale al encuentro para decirle que sigue estando ahí, en medio de las decepciones y caídas. Ese Dios vivo ya se había hecho presente, de algún modo, en la fuerte experiencia religiosa de los musulmanes. El Dios de vivos y de la vida se sirve de distintos momentos y personas para salir a nuestro encuentro y hacerse compañero de camino. Pero es en aquella iglesia, en aquella conversación y confesión con el padre Huvelín, a la que siguió la recepción del Cuerpo de Cristo, cuando “se le abren los ojos” al hermano Carlos y puede hacer una relectura de su vida desde la fe. No podemos dejar de escuchar, de nuevo, su recuerdo de aquel momento al convertirse, es decir, al descubrir unos ojos nuevos: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para él. Mi vocación religiosa data de la misma hora de mi fe. ¡Dios es tan grande! Hay tanta diferencia entre Dios y todo aquello que no lo es”. Su camino, a partir de ese momento, lo conocemos. El Dios vivo que ve e intuye en ese momento inicial, en breve va a orientarlo y encarnarlo en Jesús de Nazaret, y Jesús en Nazaret. Podríamos decir que su Emaús le lanza a Nazaret. Su Experiencia del viviente la traslada a la cotidianeidad, a la vida oculta, a la vida sencilla y normal. Y tal como hemos recordado en la primera parte de esta presentación, va a tener muy presente a este Jesús vivo en la Eucaristía y en los pobres.
También para nosotros, como para CdF, esta Pascua puede ser una ocasión para redescubrir nuestro “Emaús en Nazaret”. Es decir, Jesús resucitado sigue haciéndose presente en nuestra vida cotidiana y en la vida sencilla de la gente con la que nos encontramos habitualmente. En lo sencillo del día a día, y en los sencillos y pobres de cada día, podemos intuir la presencia suave del resucitado. O podemos ser nosotros, en nuestro Nazaret, instrumento sencillo de Jesús resucitado para hacerse presente y acercar su vida nueva a los demás.
Hay que recordar, en primer lugar, que Carlos de Foucauld no es un teólogo. Y, por tanto, su objetivo al compartir sus escritos, cartas, comentarios al evangelio…no es proponer una exposición ordenada y estructurada de la fe. Lo suyo no es un catecismo de la fe católica, o un libro de teología. Va plasmando por escrito lo que va descubriendo y profundizando en su oración, en su abandono, y, también, en su vida encarnada, cercana a los que no conocen a Jesús, y a los más pobres y sufrientes.
Por otra parte, en algún momento puede dar la sensación de que se ha quedado, solamente, en Nazaret, prescindiendo de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Pero no es exactamente eso. No recorta a Jesús, quedándose solamente con la primera parte de su vida, y descartando la vida pública y su broche final. Conoce muy bien toda la vida pública de Jesús, especialmente su muerte y resurrección. Con toda seguridad, la cruz redentora de Jesús y la victoria de la resurrección tuvieron que formar parte, en muchas ocasiones, de su oración y contemplación. Sin lugar a dudas tuvo que incluir la muerte de Jesús en esa dinámica de descendimiento por parte de Dios. Y la meditación de la resurrección de Jesús pudo confirmar en Carlos de Foucauld que, efectivamente, “si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Aunque no lo exprese de una forma explícita y, mucho menos, académica o teológica, para Carlos hay una unidad y coherencia entre la vida oculta de Jesús y su vida pública, que culmina con su muerte y resurrección, y de la cual participamos a través del Espíritu Santo.
“Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que de vivir sólo para Él”. Esta frase, en el inicio de su conversión y misión, nos da a entender que ha descubierto al Dios de vivos y de la vida. Enseguida va a orientar su espiritualidad hacia Jesús, y éste en Nazaret. Aunque sin descuidar su confianza total en Dios, tal como queda plasmado en su oración del abandono. Pero su mirada principal va a ir encaminada hacia Jesús, en Nazaret. Ese Jesús está vivo, no es una idea o una ideología, o una teología, o un mero “relato” (como tanto se dice ahora). Es una persona viva y muy presente.
Para el hermano Carlos, una de las presencias fuertes de ese Jesús vivo es la Eucaristía: “¡La Eucaristía es Jesús, es todo Jesús! En la sagrada Eucaristía, vos estáis todo entero, todo viviente mi Bien-Amado Jesús. Tan plenamente como estabais en la casa de la Santa Familia de Nazaret… como estabais en medio de vuestros Apóstoles.” (174 Meditación sobre el Evangelio). La expresión “todo viviente” nos da a entender que, para el hermano Carlos, la Eucaristía prolonga la presencia de Jesús resucitado. En otro momento afirma, recordando y comentando las palabras de Jesús en la Última Cena: “<<Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre…>> Mt. 26, 26-28. Esta gracia infinita de la Santa Eucaristía, cuánto nos debe hacer amar a un Dios tan bueno, un Dios tan cerca de nosotros… Cuánto la Santa Eucaristía nos debe volver tiernos, buenos, para todos los hombres.” (Meditación en 1897). También pone palabras en los labios de Jesús, sobre la Eucaristía: “Contemplarme amorosamente: es la única cosa necesaria y es lo que yo amo más… Si tu comprendieras la felicidad que hay en estar a mis pies y en mirarme…” (Retiro de Nazaret. Noviembre 1897). En esta otra reflexión es aún más explícito sobre la permanente presencia de Jesús entre nosotros: “Dios, para salvarnos, ha venido a nosotros, se ha mezclado con nosotros en el contacto más familiar y estrecho… Para la salvación de nuestras almas, continúa viniendo a nosotros, mezclándose con nosotros, viviendo con nosotros en el contacto más estrecho, cada día y a toda hora en la Santa Eucaristía…” (Reglamento y Directorio, 1909). Todas estas citas sobre la Eucaristía y la adoración eucarística nos hablan de la fe de un Carlos de Foucauld convencido de la presencia viva de Jesús en el Santísimo Sacramento. No sólo eso, sino que entiende su tarea, su misión, su presencia entre los musulmanes y los necesitados, desde esa presencia viva de Jesús en la eucaristía y en la adoración eucarística. Sin la vivencia profunda de esa presencia eucarística, la vida ya no es una imitación de Nazaret, tal como lo entiende CdF. Y en positivo: contemplar y empaparse bien de esa presencia real de Jesús en la Eucaristía le empuja, le lanza a una presencia personal en el mundo y entre la gente como en Nazaret, al estilo de Jesús.
La otra presencia fuerte de Jesús resucitado, para el hermano Carlos, son los pobres. Son muchas las referencias a los pobres, en los escritos del hermano Carlos. Entresaco algunas, de las que podemos intuir su fe en Jesús resucitado y presente: “No hay, creo yo, palabra del Evangelio, que haya tenido sobre mi más profunda impresión, y transformado más mi vida, que aquella: `Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis´. Si pensamos que estas palabras son aquellas de la verdad increada… Con qué fuerza se nos lleva a buscar y a amar a Jesús en estos ‘pequeños, estos pecadores, estos pobres, poniendo todos nuestros medios espirituales al servicio de la conversión, y todos nuestros medios materiales para el alivio de las miserias temporales”. (Carta a Luis Massignon, 1 Abril 1916). Carlos de Foucauld no hace una reflexión teológica sobre la “presencialidad” de Jesús resucitado en los pobres y pequeños, pero es evidente que no tiene ninguna duda de la permanencia de Jesús vivo en ellos, y de que esto le conmueve. Por una parte, percibe, ve a Jesús resucitado en los últimos. Por otra parte, recibe la llamada a acercar a ese Jesús vivo a todos, como se intuye de esta otra afirmación suya: “Poder llevar una vida muy contemplativa, haciéndome todo a todos, para dar Jesús a todos” (Junio 1902, conclusión del retiro). Es decir, quiere ver a Jesús vivo en los pobres, y quiere que otros vean a ese Jesús vivo, a través de él, de su testimonio.
No me resisto a traer a la memoria uno de los textos evangélicos más conocidos sobre la presencia de Jesús resucitado: los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-34). En una lectura libre de la vida de Carlos de Foucauld, a la luz de este evangelio de los discípulos de Emaús, podríamos decir que, cuando Carlos estaba, aparentemente, de “vuelta” de todo, el Dios vivo le sale al encuentro para decirle que sigue estando ahí, en medio de las decepciones y caídas. Ese Dios vivo ya se había hecho presente, de algún modo, en la fuerte experiencia religiosa de los musulmanes. El Dios de vivos y de la vida se sirve de distintos momentos y personas para salir a nuestro encuentro y hacerse compañero de camino. Pero es en aquella iglesia, en aquella conversación y confesión con el padre Huvelín, a la que siguió la recepción del Cuerpo de Cristo, cuando “se le abren los ojos” al hermano Carlos y puede hacer una relectura de su vida desde la fe. No podemos dejar de escuchar, de nuevo, su recuerdo de aquel momento al convertirse, es decir, al descubrir unos ojos nuevos: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para él. Mi vocación religiosa data de la misma hora de mi fe. ¡Dios es tan grande! Hay tanta diferencia entre Dios y todo aquello que no lo es”. Su camino, a partir de ese momento, lo conocemos. El Dios vivo que ve e intuye en ese momento inicial, en breve va a orientarlo y encarnarlo en Jesús de Nazaret, y Jesús en Nazaret. Podríamos decir que su Emaús le lanza a Nazaret. Su Experiencia del viviente la traslada a la cotidianeidad, a la vida oculta, a la vida sencilla y normal. Y tal como hemos recordado en la primera parte de esta presentación, va a tener muy presente a este Jesús vivo en la Eucaristía y en los pobres.
También para nosotros, como para CdF, esta Pascua puede ser una ocasión para redescubrir nuestro “Emaús en Nazaret”. Es decir, Jesús resucitado sigue haciéndose presente en nuestra vida cotidiana y en la vida sencilla de la gente con la que nos encontramos habitualmente. En lo sencillo del día a día, y en los sencillos y pobres de cada día, podemos intuir la presencia suave del resucitado. O podemos ser nosotros, en nuestro Nazaret, instrumento sencillo de Jesús resucitado para hacerse presente y acercar su vida nueva a los demás.
Aquilino MARTÍNEZ