“De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, y allí se puso a hacer oración” Mc. 1, 35
Hagamos como nuestro Señor: levantémonos de madrugada, cuando todo está en calma a nuestro alrededor, cuando el silencio, las tinieblas, las sombras envuelven todavía la tierra y a los hombres, y en medio de este recogimiento universal, de este sopor en que todo está sumergido, levantémonos, velemos para Dios.
Elevemos hacía El nuestros corazones y nuestras manos, derramemos nuestras almas a sus pies, y a esta hora en que la intimidad es tan secreta y suave, estemos a sus rodillas y gocemos íntimamente con nuestro Creador.
¡Qué bueno es Él al permitirnos estar a sus pies cuando todo duerme; qué bueno es al conceder a esta pobre criatura esta intimidad con su soberana Majestad, con su inefable Belleza!
¡Alegrémonos con toda nuestra alma de momento tan afortunado, de un favor que excede todas las palabras, de un favor del que ni los santos ni los ángeles son dignos!
Durante toda nuestra vida, hagamos cada día esto, de lo que nuestro Señor nos da aquí el ejemplo y que es el gozo de los gozos, una felicidad divina; levantémonos de madrugada, cuando todo duerme en la sombra y el silencio; comencemos al mismo tiempo nuestra jornada y nuestra oración y pasemos, antes del día y del comienzo del trabajo, largas horas orando a los pies de Dios.
Adelantémonos a nuestros santos compañeros y busquemos, no solamente orar una parte de la noche, antes de nacer el día, sino orar solos, ignorados de todos, en completa soledad, como nuestro Señor.
Si nos ha sido recomendada por Él la oración en común, también nos recomienda la oración solitaria y secreta, y nos da ejemplo. Sigamos los dos preceptos y los dos ejemplos.
(Meditaciones sobre el Evangelio, EE, pp 30)